jueves, 22 de mayo de 2008

I

Desde que la conocí la vi como una broma, he visto como ha jugado con todos, les ha hecho creer que su inocencia es genuina, y me es difícil entender que muchos le hayan creído. La he visto botarme esa mirada de “acompáñame” y por años me he rehusado a seguirla. Porque no me gusta, ni siquiera me simpatiza, se me hace bastante artificial e insípida, tanto que no me despierta curiosidad alguna su sabor, cuán más atrevida se muestra, mas risa causa en mí; me sorprende ver a otros tantos tontos caer en ese juego absurdo hasta perderlo todo. ¿Cómo no darse cuenta que esas piernas enmalladas solo quieren asfixiarte? ¿Cómo pasar por alto que el chillón rojo de sus labios no puede destilar más que veneno? ¿Cómo no pasar distraído por sus senos? Sin descansar mi cabeza llena de problemas sobre ellos, ¿Cómo no desear ese cuerpito blanco y menudo? Que viene calculadamente hacia mí…. Momento de lucidez hecho palabra: Caí.

Con seguridad los que estuvieron antes de mí, también la odiaron cuando la conocieron, y no es que haya dejado de pensar que es una chupasangre que gusta alimentarse de primeros besos, es que ahora me doy cuenta que en la realidad ella no es lo que pienso, con el pasar de los días pude constatar que la mirada de “acompáñame” no significaba tal, que la imagen que había dibujado era una creación propia, y que las piernas enmalladas no asfixiaban ni una mosca.

Para cuando me di cuenta de mi completa equivocación era demasiado tarde, como buen hombre galanazo lo primero que hice fue abordarla con la coquetería convencional, que desde siempre me ha funcionado tanto, y lo único que obtuve de ella fue una sonrisita de “¿Me estas hablando en serio?” es que no es que ella sea perfecta o angelical pero perversa, perversa no es. Y yo por mi parte ya había empezado mal.

Un día la vi en cine, ella iba sola, linda, distraída, todos los hombres sin excepción volteábamos hacía ella. Iba acompañado, nos cruzamos, nos miramos, la saludé, no respondió, sólo sonrió y siguió. Eso fue el viernes, y como si hubiese un mutuo acuerdo, todos los viernes en adelante coincidíamos, nos mirábamos y nunca hablábamos. Algunas veces ella iba con alguien, otras veces era yo quien llevaba compañía, pero la mejor situación era cuando los dos estábamos solos. Al menos yo, cada viernes esperaba para verla, a tal punto que la película de la función pasaba a un segundo plano, entre otras cosas porque en la oscuridad de la sala, lo único que yo hacía era buscarla y al encontrarla no podía permitirme mirarla, me sentía idiota, descubierto, avergonzado y loco. Obviamente seguí manteniendo relaciones con otras mujeres, pero ella en especial me fascinaba y tengo que confesar haber llegado al punto, de imaginarla en otra, al momento del beso.


Nunca entendí en que momento se nos acabaron las palabras, antes de coquetearle, en medio de nuestro papel de conocidos, de vez en cuando había algunos “hola”, “adiós”, a veces hasta pequeñas conversaciones completas, por supuesto, sólo por cortesía, pero al fin y al cabo esto llevaba a cierta proximidad que antes despreciaba y ahora se anhela. Yo creo que si no la viera los viernes ya se me habría olvidado , sin embargo no soy capaz de abandonar el malsano habito de esas raras citas , y lo he intentado mas de una vez, porque me fastidia ese tinte romanticón que a veces me percibo. De sábado a jueves me digo: No, esta semana no, ¡bueno! Este viernes no vamos a cine, ¡no señor! En cambio leemos un buen libro, invitamos a Carolina a comer, además la película esta aburrida y finalmente puede que ella no vaya, siempre hay una primera vez para todo y fijo este viernes no va. Pero el viernes, nada que hacer cuando se acerca la hora ningún libro gusta, se pierde el teléfono de Carito, la película se torna interesante y a las cinco estoy allí como siempre.